Sin embargo yo, estoy condenado a la libertad de decidir.
¡Jo!, ya me he puesto sartriano.
Sea lo que fuere, hay que tomar una decisión. ¿Qué hago?, ¡sigo sin ver papeleras!
Ya hace mucho que no escribo, y es que cada vez me da más pereza. Además dedico mi tiempo libre a elaborar temas, ¿quién me habrá mandado meterme en estos berenjenales?
Hoy, tras unas cuantas horas devanándome la sesera sobre como construir un tema guapo y atractivo, para los alumnos sobre el asunto de la Fe y la Razón (sí, he dejado a un lado a Aristóteles, ya seguiré con él en otro momento más propicio, ahora estoy un poco atascado), me he ido a dar un paseo con mi perro Bruno.
El día era propicio, había llovido y la temperatura estaba suave. Bruno y yo íbamos disfrutando del paseo. Pero en mitad del Puente de Palmas a Bruno le entra un apretón inesperado, ya, que como perfecta máquina biológica, entrenada bajo los principios del sabio Skinner, había realizado sus deposiciones nada más salir de casa. ¡Tranquilidad!, que siempre voy perpetrado de bolsas de plástico disponibles para tan escatológico evento.
Fue entonces, cuando me surgió el problema. Tras mirar hacia atrás y hacia adelante, no puede encontrar una papelera. Las papeleras existen me dije, al menos en el mundo de las ideas platónico, y con diligente racionalidad el demiurgo edil, encargado del tema, habrá previsto su instalación al principio y al final del puente (el puente mide unos 800 metros aproximadamente). Pero no, ¡sorpresa!, al final del puente tampoco había papelera.
Entonces es cuando me surge el dilema. Mientras Bruno camina a su bola, marcando el territorio. ¡Qué suerte tiene el jodido!, la naturaleza le ha liberado de tener que tomar decisiones. El no tiene que diseñar estrategias racionales sobre cómo realizar la acción más adecuada, ni dónde ni cuándo. Es es libre, puede defecar cuando quiera y dónde quiera sin más miramientos.
Sin embargo yo, estoy condenado a la libertad de decidir. ¡Jo!, ya me he puesto sartriano. Sea lo que fuera, hay que tomar una decisión. ¿Qué hago?, ¡sigo sin ver papeleras! ¿Me mantengo en el imperativo cívico kantiano de no ensuciar por el mero cumplimiento del deber?; ¿me escuso en que no hay papeleras y tiro la bolsa al suelo?, ¡total, el suelo está tan sucio! ¿Qué hago?, ya me veo paseando como un tonto con la mierda en las manos. ¿Por qué nos dará tanto yuyu eso de la mierda?, al fin y al cabo la producimos a raudales y no deja de ser más que pura materia biológica, sin embargo Platón no consideró que existiera una Idea para el excremento. ¡Curioso!
Así que no queda más narices que tomar un decisión. De momento, pensar que el demiurgo concejal del ramo haya tenido a bien ubicar una papelera. Pero no. continúo por la margen derecha (Avd. de Diaz Ambrona) y nada. A lo lejos está el Pabellón Juancho Pérez, seguro que allí habrá alguna, me digo. Pero tampoco. Bueno, ya he recorrido tanto espacio, que el dilema se ha esfumado de mi mente, ya es casi una obsesión encontrar una papelera. Tranquilo en el Hotel Gran Casino de Extremadura tiene que haber una. Pues va a ser que tampoco. ¡Por fin!, al final encontré una papelera cerca del Hotel Río. ¡Qué alivio!, ya me veía aguantando hasta casa, por cumplir con ese maldito imperativo kantiano. Por cierto, en el Puente de la Universidad tampoco hay una mísera papelera.
Ya de regreso a casa, por el susodicho puente, me iba preguntando: ¿qué sentido tiene cumplir con el imperativo kantiano, cuando no se dan las condiciones materiales? ¡Pongan papeleras señores o señoras!, si no los ciudadanos no consideran necesario cumplir con sus deberes cívicos.
Evidentemente, Bruno caminaba feliz, ajeno a mis extraños soliloquios.