Las acciones morales no deberían valorarse exclusivamente ni por la inocuidad de las consecuencias de las acciones ni por la por la buena intención en las mismas.
Últimamente estoy un poco intolerante con las conductas incívicas, sobre todo en lo relacionado con el asunto de la educación vial. Es posible que el haberme convertido en casi un peatón, me haya hecho ser más sensible y consciente del amplio incivísmo de las personas cuando tomamos el perfil de conductor.
El caso es que hace un par de días tuve un cierto enfrentamiento con un conductor. La persona en cuestión, se puso a dar marcha atrás y a toda velocidad por una vía urbana, en zona escolar, durante unos veinticinco metros con el objetivo de aparcar en un hueco, que por cierto estaba señalado con una señal de prohibido aparcar. El observar la operación, no pude substraerme de realizar un gesto de desaprobación con mi cabeza, gesto que volví a repetir al aproximarme al vehículo en cuestión.
El conductor, al darse cuenta de mi gesto, se bajó del coche y me preguntó ,con un gesto de chulería ,qué me pasaba. A lo que respondí con una explicación de las infracciones que había cometido, el peligro de las mismas y las consecuencias que podía haber tenido su conducta. Entonces, el conductor me increpó manifestando que no había pasado nada y yo le dije, que podría haber pasado. Entonces me respondió, que también me podría caer una teja de un tejado.
No continúo con la discusión, que se prolongó un poco más, sino que me gustaría destacar algunas cuestiones que me surgieron en relación con este hecho:
- La reacción del infractor al ser llamado la atención, en vez de sentirse avergonzado por una mala conducta, terminó por increparme, por indicarle dicho comportamiento. Yo siempre he estado acostumbrado a pasar vergüenza, cuando me han llamado la atención por algún comportamiento inadecuado o erróneo. Por cierto, el conductor no era ninguna persona joven a las que algunos suelen asociar con la mala educación.
- La pertinencia, o no, de censurar los comportamientos incívicos y de si ello mejoraría la vida ciudadana. Sobre este asunto probablemente hable en otra ocasión.
- De la insuficiente injustificación moral de una acción por la inexistencia de consecuencias negativas. Esta circunstancia me llamó poderosamente la atención y es sobre lo que quiero escribir ahora.
Una de las cosas curiosas de este hecho es que la bondad o justeza de una acción moral puede hacerse en base a que dicha acción no tenga consecuencias negativas. Es decir si una acción no tiene consecuencias negativas no debería ser enjuiciada negativamente. Evidentemente que en las acciones morales tenemos que valorar las consecuencias de las acciones y no quedarnos solo en la buena intención de la acción, pero eso no significa que se pueda dar validez moral a una acción si a posteriori no ha tenido consecuencias negativas.
En un comportamiento moral lo que debemos plantear es si la acción es adecuada, uno de los criterios de adecuación es que dicha acción no tenga o pueda tener consecuencias negativas para otras personas. Evidentemente no podemos esperar a ver si tiene consecuencias, para otorgarle validez, ya que hay experimentos que solo pueden hacerse con gaseosa. Pero si tenemos experiencia social de las consecuencias de las acciones. Y es desde esa experiencia y conocimiento desde donde se establecen la gran mayoría de las normas por las que nos regimos las personas en nuestra vida social y ciudadana.
Así que cuando esta persona realizó la citada acción, incumplió una norma de trafico establecida para proteger a las personas y mejorar la circulación. Una norma basada en razones objetivas orientada a la prevención de situaciones peligrosas. El ciudadano en cuestión, despreció la experiencia social recogida en la norma, se basó en el interés personal de aparcar, despreciando al resto de ciudadanos al no prever o constatar el peligro que su acción conllevaba y como tuvo la suerte de que no sucedió nada, se reafirmó, al menos, en la inocuidad de su acción, y es posible que vuelva a repetirla. Quizás si el resto de viandantes, también le hubieran recriminado su acción, se hubiera dado cuenta de su error y no lo repetiría. ¡Quién sabe!
Por cierto hoy casi me atropellan en un paso de peatones, en este caso el conductor ha sido consciente de su error o despiste y me ha pedido perdón, aunque yo casi no he podido contestarle del susto que se me ha metido para el cuerpo.
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