3. Ciudadano Sócrates, o el irónico suicida

Icono IDevice Introducción

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Imagen 6. Sócrates

No es fácil comprender la figura de Sócrates al margen de las circunstancias en las que le tocó vivir. Imagínate una Atenas en la que se ha perdido el respeto por la ley y el compromiso con la ciudad. El relativismo de los sofistas, su concepción del Nomos, así como la política llevada a cabo por los demagogos han hecho que se pierda esa relación ciudadano-estado tradicional de los gloriosos tiempos de Atenas. El cumplimiento de la ley y las acciones del ciudadano ya no están orientadas por el antiguo compromiso e implicación del ciudadano en la mejora de la ciudad, si no por el propio interés particular y el miedo a ser castigado.

Frente a esta situación surge la figura de Sócrates comprometido con Atenas:

  • Sócrates, a lo largo de su vida, dio claras muestras de su compromiso en el cumplimiento de las leyes, tanto cuando le tocó ejercer tareas militares como taras políticas.
  • Este compromiso es un compromiso personal, individual, en la medida en que respetar la ley es respetarse a sí mismo.
  • Con este compromiso la virtud (areté) deja de ser natural o social y pasa a convertirse en moral. La virtud es una virtud moral, que puede descubrirse de forma racional en el interior del individuo.
Con ello, Sócrates nos muestra un nuevo modelo de ciudadano. Es el ciudadano individuo o persona que, desde el análisis de su propia interioridad y racionalidad, descubre la importancia moral del compromiso con la ciudad. El ciudadano ya no se compromete con su ciudad por pertenecer al grupo, o por el miedo a ser castigado, si no porque es algo moralmente adecuado. El desarrollo moral del individuo, descubierto mediante la racionalidad, le lleva a su compromiso con la ciudad.
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Sócrates fue un filósofo griego, nacido en Atenas, hijo de Sofronisco, escultor, y de Fenáreta, de oficio partera. Su vida y aun su propia figura se halla envuelta en la escasez e incertidumbre de datos. Parece que ejerció por un tiempo el mismo oficio que su padre y que se interesó en un principio por las doctrinas físicas de los filósofos jonios, quizá aprendidas al lado de Arquelao de Mileto, discípulo de Anaxágoras, hacia las que luego adoptó una actitud crítica.

En un momento indeterminado de su vida cambia su interés inicial por las teorías sobre la naturaleza, en la que, al parecer, no ve principio de finalidad alguna, por el interés por un conocimiento de sí mismo y del hombre en general, siguiendo el oráculo que la Pitia de Delfos pronuncia a instancias de su amigo Querefonte, que le pregunta por el más sabio de los hombres.

Forma, como hacían los sofistas en su misma época, un grupo de discípulos y amigos, entre los cuales destaca Platón. Tras una vida entregada a interpelar a sus conciudadanos, obedeciendo la voz interior de su daimon, y a instarles, según Platón, a que fueran «mejores y más sabios», restablecida ya la democracia ateniense, es llevado a juicio doblemente acusado de ser sofista, impío y corruptor de los jóvenes. Condenado por el tribunal popular a beber la cicuta tras rechazar los planes de huida que le ofrece Critón, muere en la prisión de Atenas, rodeado de algunos de sus amigos y discípulos.

Sócrates, que vivió en la misma época que los sofistas, se ocupó fundamentalmente de los mismos problemas que ellos, pero nunca fue un sofista, ya que entre otras cosas no se consideró un sabio sino un filósofo y tampoco cobraba sus lecciones como hacían lo sofistas.

LAS FUENTES DE REFERENCIA DEL PENSAMIENTO SOCRÁTICO

El problema del pensamiento socrático es que no sabemos claramente hasta que punto es original del propio Sócrates, puesto que no dejó ninguna obra escrita y las referencias que tenemos de él provienen de los testimonios de otros autores, fundamentalmente de los testimonios de Platón. Pero tampoco tenemos muy claro si este Sócrates que nos muestra Platón es original o representa simplemente el pensamiento platónico. Nos encontramos, pues, con la dificultad de saber con precisión cuál es su doctrina. Tenemos varias fuentes (Aristófanes, Jenofonte, Platón y Aristóteles), pero ninguna nos presenta al mismo Sócrates y ninguna refleja, probablemente la realidad.

Aristófanes lo presenta, en su obra Las nubes (representada por vez primera hacia el 432 a.C.), como un sofista sólo interesado en cobrar a sus alumnos la enseñanza de la retórica y la oratoria, un conocedor del saber ateo de los jonios sobre la naturaleza, o un intelectual solitario dedicado a pensar. La figura de Sócrates que se desprende de su testimonio, por lo demás el más antiguo, se considera más bien la caricatura del personaje popular, hecha por un comediógrafo crítico de su tiempo.

Jenofonte, militar e historiador, es autor de una serie de obras biográficas, Las memorables, o Recuerdos socráticos, el Banquete o Apología de Sócrates, conocidas como «discursos socráticos», que escribe cuando, tras regresar a Atenas con la expedición de los diez mil mercenarios griegos a Mesopotamia (Anábasis, 401-399), entra en conocimiento de la muerte de Sócrates. Son obras apologéticas y carentes de rigor histórico, en que, como era costumbre en la época, el discípulo pone en boca de su maestro las propias opiniones y hasta ficciones. Aparece en su testimonio un Sócrates moral, desinteresado por las cuestiones relativas a la naturaleza y opuesto en sus enseñanzas a los sofistas, pero carente de profundidad.

Algo parecido, en principio, puede decirse del testimonio dado por Platón, discípulo de Sócrates desde los veinte años, y de la figura veneranda que dibuja de su maestro, en especial en Apología, Fedón y Critón. El Sócrates de Platón es un personaje moral por excelencia, vitalmente dedicado a persuadir a todos a interesarse, no por el cuerpo o la fortuna, sino «por que el alma sea la mejor posible» (Apología 30b). A este Sócrates lo hizo Platón personaje central de sus primeros diálogos, convirtiéndolo en iniciador de su teoría de las ideas, y este Sócrates es el que acepta la tradición filosófica, una vez desechadas las exageraciones platónicas y añadidas las sobrias precisiones de Aristóteles, como el más cercano al personaje histórico. Las características de este personaje -«tábano» perturbador de la tranquilidad de las conciencias- justifican más los recelos que se suscitaron en torno a su figura y que le llevaron a la muerte.

Aristóteles, que no conoció personalmente a Sócrates, pero que habría oído hablar de él a su maestro Platón, le nombra unas cuarenta veces en sus obras, aunque siempre ocasionalmente. Pese a ello, sus apreciaciones se consideran objetivas. Le atribuye, sobre todo, la «búsqueda del universal» a través de las «definiciones»
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