4.3 El secularismo político de Marsilio de Padua y Okham

Icono IDevice Las dos tendencias

Tras la aparición de doctrinas de corte naturalista y aristotélico, que interpretan la política como independiente de la religión, queda abonado el terreno para la confrontación de teorías opuestas que separan las dos esferas (religiosa y natural). Tenemos así, por un lado las teorías seculares del Estado, y por otro las teorías hierocráticas.

Para las teorías seculares, la sociedad y su ordenamiento dependían de la naturaleza y eran independientes de cualquier connotación religiosa. En el caso de existir una sociedad religiosa (Iglesia) esta sería algo diferente y separado de la sociedad natural (Estado o sociedad política).

Las teorías hierocráticas defendían la existencia de una única sociedad (la cristiana) aunque con diferenciación de funciones. Pero todos los poderes estaban unidos en el orden sagrado. Con elo se imposibilitaba una política secular diferente de la eclesial. Solo existe un orden político único (el eclesial), con lo que el orden político temporal queda absorvido por el espiritual.

Marsilio de Padua será un representante de la primera corriente y teólogos como Egidio Romano o Santiago de Viterbo se moverán dentro de la segunda corriente. Ockham sin seguir un naturalismo aristotélico se moverá próximo a Marsilio de Padua y dentro de los planteamientos secularistas.

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Ya terminamos, fíjate bien en estos autores, que son los que van a marcar la separación e independencia de los poderes civiles y eclesiásticos y con ello posibilitarán la aparición de las teorías políticas de la modernidad.
Marsilio de Padua (? - 1343)

 

Pintura que representa al Papa Juan XXII
Imagen 52. El Papa Juan XII

Marsilio de Padua procedente de las Facultades de Artes de Padua y París vivió las luchas del papado para recuperar su hegemonía frente al Imperio (Bonifacio VIII frente a Felipe el Hermoso y Juan XII frente a Luis de Baviera). En estos momento, pese a la firmeza de los sitemas que establecían la soberanía de los papas frente a los príncipes, los cambios sociales: auge de las ciudades, intensificación de las relaciones comerciales, complejidad de los procesos judiciales, amplían el ámbito de los asuntos temporales, en los que se basan los poderes civiles para afirmar su autoridad. Con ello los diferentes reyes reclaman una autoridad semejante a la del emperador. Así comienza a reclamarse, apoyándose en la filosofía aristotélica, como es el caso de Juan de París, la soberanía del poder de los reyes en lo temporal y la consideración de las sociedades políticas como sociedades perfectas y autónomas que no necesitan de ninguna tutela superior.

Marsilio de Padua será quien lleve al extremo esta crítica a la autoridad espiritual como ingerente en los asuntos temporales. Para Marsilio, teniendo presente como telón de fondo la disputa entre Juan XII y Luis de Baviera, afirma que ésta carece de sentido, ya que cualquier poder que la Iglesia quiera otorgarse no es más que una mera usurpación y el gobierno de las cuestiones seculares es solo competencia de los soberanos temporales. Crítica clara de la plenitudo potestatis pontificia como detentación de poder arrebatado a las autoridades civiles.

La propia organización de la Iglesia (jerarquía) no deja de ser un producto histórico de la creación humana y no una institución divina. La Iglesia es fruto de una asociación voluntaria que se preocupa de lo sobrenatural, por lo que no tiene sentido plantear en el seno de ella cuestiones de poder, que sólo son propias de los reinos seculares. Marsilo sustenta esta afirmación, entre otras cosas, en el hecho de que Cristo nunca confió a la Iglesia ningún poder o dominio. Marsilio pretende disolver la Iglesia como institución, ya que todo lo institucional que se encuentra en ella queda absorbido por la organización secular o estatal. Consultar textos en los que excluye la jurisdicción civil de la Iglesia

Por tanto la finalidad de la Iglesia es puramente sacerdotal y debe estar alejada del poder. La iglesia debe dedicarse a la enseñanza de lo que hay que creer y hacer para conseguir la salvación, según el Evangelio.

"El fin, pues, sacerdotal es la enseñanza y la información de lo que, según la ley evangélica, es necesario creer, hacer y omitir para conseguir la eterna salvación y huir de la perdición".

MARSILIO DE PADUA El defensor de la paz en Antología realizada por Öscar Godoy Arcaya, p.368

El poder viene de Dios, depende de la voluntad divina y fue Dios quién estableció una división de competencias por un lado los gobernantes y por otro los sacerdotes. Consultar texto

Pese a todo, esto no quiere decir que el poder civil esté sometido a lo religioso, si no que la sociedad es algo que ha surgido naturalmente, el Estado ha sido creado por la utilidad que tiene para sus miembros y la soberanía reside en el pueblo. Aunque no podemos identificar a Marsilio con las tesis contractualistas modernas, si podemos decir que su pensamiento abrió el paso a tales ideas. Consultar textos sobre este tema

 

Guillermo de Ockham

Representación de Ockham
Imagen 53. Guillermo de Ockham

El pensamiento de Ockham, al igual que el de Marsilio de Padua, se sitúa en el contexto de las disputas entre el Papa Juan XXII con Luis de Baviera, que terminan por producir una ruptura religiosa y diplomática. Igualmente la importancia de Ockham está en haber sido uno de los primeros pensadores modernos, junto con Marsilio de Padua, que diferenció el poder espiritual y el poder temporal. Esta diferenciación influyó y posibilitó las teorías contractualistas modernas. Ockham sitúa las instituciones políticas fuera del ámbito religioso y teológico, circunstancia que permite una libertad de acción y decisión sobre las instituciones y sus gobernantes.

Separación de poderes

Ockham mantiene una dualidad similar a la de fe y razón, estableciendo una clara separación entre el poder temporal y el espiritual. Separación que va a permitir tratar la acción política como una esfera diferente que se rige por su propia lógica.

El poder radica en el pueblo

Por otro lado interpreta lo social, no como algo natural, lo que de alguna forma confiere un ámbito convencional a la política y con ello una relación con el consenso. La importancia de los derechos subjetivos y de la voluntad individual le lleva a establece un Estado pactado o basado en el consenso. Con ello se establece que el poder radica en el pueblo, y que el poder de los príncipes está sometido a las leyes y por tanto a la voluntad del pueblo. Aunque las leyes humanas deben orientarse y ser acordes con la ley divina y no pueden ser contrarias a las Escrituras.

Por tanto, el poder político se origina en los individuos, dotados por Dios de un derecho natural para decidir. Para Ockham los derechos, la propiedad, la libertad y la igualdad, no son bienes comunes amparados por el Papa, sino bienes particulares. En consecuencia esto supone un Estado laico y la negación de la intervención del Papa en los asuntos de orden civil.

La tarea de la Iglesia es la salvación de las almas 

La tarea de la Iglesia debe ser la dedicación a la salvación de las almas humanas evitando entrometerse directamente en los asuntos civiles por ello la Iglesia debe volver a su camino, dejar sus intereses poco morales y dedicarse al servicio del prójimo como se indica en el evangelio.

Sobre la potestad papal  

No existe ninguna plenitudo potestatis, ya que el Papa, ni por derecho humano ni por derecho divino, ha recibido una potestad, que le permita extenderse en su dominio hacia las cosas temporales. Más bien el papado fue creado para el servicio y no para el dominio. como ya hemos indicado la función de la Iglesia es salvar almas.

Por otro lado no se puede afirmar que la potestad imperial dependa del Papa, sino que deriva directamente de Dios mediante el consentimiento del pueblo. Ockham considera que el poder civil es un derecho divino, incluso anterior al papado. La intromisión en cuestiones civiles está fuera de todo lo permitido, y la defensa y práctica de la misma es claramente herética y antievangélica.

El poder civil y el emperador

En sintonía con sus contemporáneos Marsilio de Padua y Juan de Jandún, Guillermo de Ockham fundamenta teóricamente la secularización del poder civil frente a la pretensión de supremacía de la Santa Sede.

El pecado original hizo necesario al hombre poseer el derecho a elegir sus propios gobernantes, derecho conferido inmediatamente por Dios, sin que deba mediar intervención alguna extraña a cada uno. La razón de ello es que la potestad de instituir gobernantes «es una de las cosas necesarias y útiles para vivir bien y políticamente».

Por eso aunque el nombramiento o institución de un determinado régimen de gobierno sea obra de los hombres, el poder se debe a Dios. Lo que no hay que entender en el sentido de que Dios confiera al gobernante por sí mismo el poder, sin ninguna intervención humana, como ha sido el caso de Moisés; ni que se lo confiera Él inmediatamente, sino con intervención de los hombres para algún requisito previo, por ejemplo, la elección en el caso de los papas. Basta, para poder afirmar que el poder es de derecho divino y que se debe a Dios solo, con que este poder no esté sometido a nadie ni a nada en su ámbito fuera de Dios. Y éste, a juicio de Ockham, es el caso del poder civil.

Relación entre los poderes de la iglesia y los poderes del estado


Ambos poderes se distinguen perfectamente, aunque no se oponen, llegando a ver necesaria su coordinación y colaboración. Coinciden en el origen divino, según su modalidad, y en el fin, que en ambos casos es el bien común. Ambas formas de poder son una consecuencia del pecado original y han surgido en la historia para poner remedio al desorden originado por este hecho determinante en la historia de la humanidad.

Cada una de estas formas de poder debe, no obstante, mantenerse dentro de los límites de su potestad. En especial, el Papa debe abstenerse de injerencias en asuntos civiles del estado, ya que esto sería ir contra lo que Dios y la naturaleza han concedido a los hombres. Sólo en casos muy determinados está justificada la intervención del Pontífice en los asuntos civiles del Estado. Del mismo modo, en casos extremos, cuando la conducta del Papa atente contra la seguridad del Estado, podrá intervenir el emperador para castigar al Pontífice, no para deponerlo, ya que esto es de competencia de toda la cristiandad.

Como conclusión podemos afirmar que, con la misma intención crítica que demolió la metafísica aristotélico-medieval, en el ámbito de la política desmonta la convicción política tan propia de la cultura medieval según la cual el Pontífice representa la unidad suprema de todos los poderes, quien ejerce por sí mismo el poder espiritual, pero además supervisa el poder civil, en especial al emperador.

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